viernes, noviembre 09, 2007

La Casa Solariega

En la conciencia de los nobles gallegos la casa es el elemento nuclear: varían los patrimonios, se rebelan los hombres, cambian incluso los apellidos, pero permanece invariable la casa, cuya honra se cuida celosamente. Por esto los acontecimientos se refieren siempre no sólo a los protagonistas sino también a su casa. La casa es de alguna manera, una bandera común a la que pertenecen, cuya honra buscan, por la que se baten y a la que incluso llegan a servir gratuitamente no sólo los magnates que ostentan la jefatura, y los caballeros y escuderos que se vinculan a ellos, sino todos los hombres de familia, de servicio o acostamiento. Don Pedro Álvarez de Sotomayor sabía bien que fibra tocaba cuando arengaba a sus caballeros y escuderos: ”Ea, criados da casa de Sotomayor, agora é tempo de facer polas vosa honrras”, a lo que contestaban “Sotomayor, Sotomayor, Sotomayor”.

Las casas nobles gallegas tenían unos recursos limitados y sin caminos de expansión. Era preciso la conciencia común de lo excepcional de la situación. Esta apremiante situación no dejaba otra vía de financiación que la imposición, con la espada en la mano, de nuevos impuestos sobre los ricos monasterios. Otra fuente de financiación la obtenían sirviendo a nobles que tenían intereses en Galicia, como hicieron los Moscoso y los Altamira, que intrigaron contra el Arzobispo de Santiago, apoyados por los poderosos condes de Trastámara, que luego fueron auxiliados por Fernán Pérez de Andrade.

Existía una solidaridad viva en el marco de las casas. Acaso en la de los Moscoso se llegó al máximo en este compromiso: había una amplia masa de parientes hidalgos que en las situaciones de aprieto se unían para hacer una caja común de bienes, aportando cada uno de ellos su hacienda, y obedeciendo al hermano mayor. Los caballeros y escuderos se juramentaban para la defensa y continuidad de la casa, que había que salvar. Así aconteció al fallecer Vasco Pérez de Moscoso: García Martínez de Barbeira y García Pérez da Costela formaron consejo con otros hidalgos y deciden otorgar la Jefatura de la Casa a un pariente que se encuentra fuera de Galicia, mientras venía, hubo que hacer frente al temible arzobispo Fonseca que soñaba ya con la extinción de los Moscoso.

Las casas nobles ejercieron, como puede comprenderse, una cuidadosa política estamental, cuya primera tarea era atraer el mayor número posible de hidalgos acaudalados y valerosos, mantenerlos en su adhesión a la Casa y premiarlos oportunamente por sus lealtades y fazañas. En tal pretensión sólo podían hacer alarde de generosidad los que contaban con bienes para ellos: los Osorio de Trastámara y Lemos, los Andrade, los Sotomayor, los Prado, los Rivadeneira, etc. Los demás solamente brindaban protección y honor. Enfrente estaban los hidalgos enemigos, y sobretodo los traidores, a los que les esperaba la tortura, la afrenta y la muerte.

La casa planifica el futuro de los vástagos, con miras muy variadas y cambiantes, y recibe interferencias del exterior, en especial de la Corona, la cual durante el reinado de los Reyes Católicos vigiló y siguió de cerca la política matrimonial de las casas conflictivas, como la de Lemos, a la que en la práctica le llegaron a imponer matrimonios.

Mucho antes de entrar en la edad núbi, en las casas gallegas los padres habían comprometido el futuro de sus hijos con “aviinzas” que frecuentemente no se realizaban porque aparecen entretanto nuevas posibilidades, como se verá al tratar el Mayorazgo. La endogamia política y estamental funciona al máximo, y sus consecuencias serán la fusión de numerosas casas y linajes al final de este periodo. Los hijos que no eran mejorados seguían la carrera eclesiástica y entraban en la nómina de los numerosos Cabildos o monasterios en los que la hidalguía prevalece. Para las hijas a las que no se les puede conseguir un matrimonio adecuado se instituyen nuevos monasterios como los de las Clarisas en Santiago, Allariz, Pontevedra o el de Santa Clara de Monforte de Lemos.

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